Un día, caminando en la calle del delirio, noté a Soledad, inmediatamente osé, escatimando en sentires, preguntarle ¿Qué se siente ser tristeza?
La dama insistió en responderme con un beso; le pedí una distancia de mi y se excusó diciendo: la distancia la da el amor, yo soy amor, yo soy quien da distancia. Tuve el error de convertirme en promesa eterna, de felicidad inagotable y de lirios de tormentas y tempestades pasajeras; soy el inútil tiempo pasado convertido en recuerdo, pasado también.
Le instigué hasta conseguir lo que me propuse, le tenté a ver si pudiera, volvería a ser lo que un día fue y la señora, demacrada, guardando silencio y regocijándose entre sus labios, respondió:
"Volvería a delatar a Dios, pues erróneamente, se cree que el único amor que existe es hacia él; pero yo soy tristeza, que nació de un amor crecido en tierras baldías de sentimientos sin alma, de cuerpos sin alma"
Me inspire y así le comenté:
¡Grandiosa! ¡Grandiosa! Soledad, me has demostrado que hasta el mismo error enseña y que a la tristeza no se debe velar con ansia de superación, sino, como un vil y carnal encuentro con la vida y que para decidir conocerte, solamente deben tenerse ganas de vivir aferrado a un recuerdo... A una vida efímera.